ROTCEHLANDIA



14 de marzo de 2009

Vates


Como el leño que agoniza en la estufa casera, mi patria muere. Ni los suspiros alados del poeta. Ni el dintel de oro. Ni la rueca que produce hilos platinos. Ni el pan de la vida la salvarán. Su destino es morir para siempre. Morir eternamente. La palmera es un artificio. Los próceres son figuras de cera deformadas por el sol exterior. Su historia es una risotada fallida. Su gente, endemoniados mercaderes. Mi patria fue vendida. La cobardía, acaso, su más fiel aliada.

¿Quién abandonó primero el cañaveral y la ruina copiosa del Imperio? ¿ Quién sintió las asfixiosa endogamia de un devenir yermo por primera vez? ¿Quién añora las tardes de café con leche en el balcón de la abuela? ¿Quién añora las sábanas tostadas y el mosquitero celestial junto a la mampara?

En tardes grises en este país norteño recuerdo mi vida anterior. Rodeado de mares ruidosos y ventoleras diáfanas. Recuerdo el odio, la envidia y el remordimiento de mi gente. Su afán por ser otros. Su obsesión nocturna de imitar sin que pareciera que imitaban. ¡Tanta la indignación histórica! ¡Tanto el odio perpetuo en nuestros corazones! No hemos podido blandir la espada libertadora, por miedo. No hemos podido sonar vehementemente el clarín de los tiempos, por miedo. No hemos podido rasgar el velo de la esclavitud, por miedo. Tanta ha sido la rabia que nos hemos devorado a nosotros mismos.

En el exilio he forjado mi psuedo patria. Muy pequeña e insignificante. Una patria conjurada, secreta, escondida. Si la revelo me la destruirán. Lo sé.


Escondo mi patria en un amuleto que hice de un rosarito del Niño Jesús de Praga y un pedazo de semilla de corozo.
¡Lázaro!,¡Lázaro!,
¡Lázaro, levántate!

1 de marzo de 2009

Nícola


Inconexo. La albúmina de la semilla precipita una violenta transformación. El numen eterno. El canon celeste. No habito este planetoide. Soy, acaso, un fiel servidor de tu mirada. ¿Por qué evitas el futuro? ¿Has olvidado el nombre de tu pueblo? Tus siete hijos han muerto. Y ahora pasas tus días encerrado en la habitación profunda.


Se retorcía entre las sábanas. No era un demonio alojado en sus entrañas. Tampoco era la insensatez de la vergüenza heredada. Nícola era el viento. Sujeto a trepidaciones foráneas. No se encontraba en aquel lugar. Fallaba su intuición, víctima de la quejosa ansiedad. Era un lugar hermoso aquel. Un lago nostálgico circundante. Árboles de copa alta enredados cual amantes. Una pérgola de bougavíleas rojas y moradas marcaban la terraza desde su ventana.Un día quieto y tibio. El cielo sin una nube. Vestido en su batola blanca de lino, Nícola buscaba acertar sobre su origen. ¿Qué hacía allí? ¿Qué enredoso asunto lo había situado en un mundo tan bello y tan inerte? ¿Dónde habían quedado sus ropas de marino mercante?


Autorretrato, Lucian Freud, 1985